Ciudad y pluralidad frente a ‘talleres políticos’

Los argumentos a favor de rearmar políticamente la ciudad, a favor de que nos encontremos con nuestros iguales en las calles y en las plazas de nuestra ciudad, son muchos y muy variados. Yo siento cierta debilidad por el argumento evolutivo: la adquisición de la facultad del habla –y su conservación– depende estrictamente de nuestra tendencia a estar juntos. Pero el uso público del lenguaje puede dar lugar a formas de estar juntos indeseables. La instrumentalización de la palabra es una amenaza para la acción política y para la libertad y el poder que derivan de estar juntos.

Los comunicadores-alfareros, que moldean a la masa-audiencia como si fuera barro tienen en común la utilización del discurso como herramienta; los discursos y las intenciones varían pero el resultado es siempre el mismo: construir un cuerpo para “una sola voz”. Nuestro poder no depende tanto de «ser una sola voz» como de articular una pluralidad de voces –que nunca podrán ser todas. De ahí que trasladar la construcción de «sujetos políticos» de los laboratorios sociales al terreno de la competencia electoral resulta peligroso y contraproducente. La metáfora del alfarero y el barro -o la del labrador y la tierra- denuncia simbólicamente la violencia inherente a todo intento de sustituir la acción -política- por la fabricación.

Sobre el poder y la palabra ha escrito Hannah Arendt:

«El poder sólo es realidad donde palabra y acto no se han separado, donde las palabras no están vacías y los hechos no son brutales, donde las palabras no se emplean para velar intenciones sino para descubrir realidades, y los actos no se usan para violar y destruir sino para establecer relaciones y crear nuevas realidades. El poder es lo que mantiene la existencia de la esfera pública, el potencial espacio de aparición entre los hombres que actúan y hablan.»

La condición humana, 1958

Poder, palabra y realidad se conjugan colectivamente, es decir, en plural; «nosotros», la «pluralidad de iguales», la «comunidad de hablantes» constituimos el mundo común. Taksim, Tahrir, Sol son símbolos del poder constituyente de la palabra localizada; escenarios donde se representa la fundación de las «repúblicas elementales» de Jefferson.

Desde abajo, desde un lugar acotado por nuestros cuerpos y nuestras voces, nos constituimos y constituimos. Por tanto, no es el pueblo, ni el estado ni la Humanidad sino un reducido grupo de «aspirantes» y «desafiadores» quienes inician -no concluyen- este proceso constituyente; no es la lengua –menos aún el lenguaje– sino el habla la que media en este proceso.

José Luis Martínez Llopis

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